El hombre por
naturaleza es curioso, esta incesante curiosidad lo ha llevado a crear y
descubrir un sin fin de conocimientos en busca de bienestar y para la imperante
necesidad de seguridad; para sí mismo y de quienes le rodean. La ausencia de
seguridad trae consigo temor y reacciones que le permiten enfrentarla, casi
siempre mediante el uso de la violencia, que responde a un instinto natural y
primario de la conducta humana.
La violencia expuesta y los resultados de la misma, son un referente
inequívoco de inseguridad colectiva y un mecanismo de difusión de poder. Como
una consecuencia de esta exposición, se origina el morbo. El morbo es una
atracción hacia lo desagradable, nos convierte en testigos del padecimiento
ajeno, en meros espectadores de lo malsano. Nos extrae de la desgracia, al no
ser nosotros la víctima.
La realidad de nuestro entorno está cada vez más expuesto, los medios de
comunicación han encontrado en la inseguridad un gran show, y un enorme negocio; desprendiendo a la noticia de su calidad
informativa para dar pie a un exacerbado morbo mediático. Aunado a índices
elevados de inseguridad, la presencia de la imagen violenta, se ha convertido
en parte de nuestra cultura visual.
Este género tiende
a despertar la morbosidad del público, con su inmediatez y la creciente
frecuencia, los nuevos recursos y técnicas informativas con los que se captan,
exponen y difunden. Las consecuencias de esta cultura visual son muy graves
para la sociedad, ya que tiende a volver insensibles a las personas frente a la
violencia y cada vez se necesita más sangre y hechos atroces para lograr
impresionar. La violencia crea adicción entre el público. Para José Sánchez
Parga “Resulta indiscutible que el consumo de tanta violencia predispone a la
violencia y termina reproduciéndola y generándola” (Sánchez, 1997, p.4). Quizás
por ello hay menos crímenes, pero son más espectaculares.
Los medios de
comunicación hacen uso de las nuevas tecnologías para propagar de forma más
mediata la información violenta. Los propios usuarios retransmiten la
información, creando cadenas de morbo. Surgen entonces los cuestionamientos
éticos y morales, hasta donde seremos capaces de hacer de la dignidad humana un
negocio rentable. ¿Nos desprendemos del principio básico de nuestro ser?, el
hombre no es más el eje en búsqueda de la razón y la sabiduría, sino el actor
secundario y espectador pasivo, en un escenario degradante y un negocio
fructífero, propiciado por el propio monstruo que creo a través de la
tecnología y los medios de comunicación.
Sabemos que
los medios en sí, no son malos, el cómo los empleamos ya es otra cosa. Pero si
bien los medios se han dado a la labor de crear una cultura por el morbo de la
imagen violenta, cierto es, que el propio destinatario las demanda; sirve de
alimento emocional a una sociedad acostumbrada a la violencia y al mismo tiempo
cubre una función que les permite a las personas cubrir sus propios miedos.
La dignidad humana
se convierte en otro producto de nuestra sociedad de consumo susceptible de ser
comprada o vendida. Al mismo tiempo, los medios de comunicación son también
agentes productores y difusores de ideología y desinformación, gracias al
tratamiento banal del sufrimiento crean imágenes desagradables, las extienden
por doquier contribuyendo a justificar la violencia en su acepción más amplia. El lector menos crítico, al no poder verificar
la información recibida, acepta plenamente la autenticidad y la objetividad de
lo comunicado, interpretando el mensaje de forma errónea, considerando como
única verdad la versión que le proporcionan los medios.
Según estadísticas
recientes, el nivel de violencia es menor comparado con años anteriores, pero
la forma en que se manifiesta es de mayor impacto, González lo describe en su
artículo: México: nota roja, entre el
estigma y negocio: “Los asesinos se han convertido en escenógrafos e
instaladores. Sus fechorías son repugnantemente espectaculares” (González,
2010). Este show de violencia,
demanda experiencias mayores de violencia, que orillan a los medios a la
búsqueda y presentación de imágenes más crueles y desgarradoras, que mantengan
cautivo a su público.
El morbo nos
desprende, al no ser nosotros las víctimas, se experimenta una especie de
catarsis, mientras el muerto no sea un familiar, un conocido o uno mismo, es
como ver una película. El nivel cultural de la población, y la experiencia del
día a día, donde lo que ellos observan es un alto grado de violencia en su
entorno y en sus relaciones cotidianas, no les resulta nada extraño, es parte
de lo que viven, lo que les muestran las imágenes violentas es su vida
cotidiana. Lo que nos hace responsables de la inseguridad que experimentamos
diariamente.
Como sociedad
debemos involucrarnos en la creación de un ambiente propicio de la mano de los
medios y las nuevas tecnologías,
encontrando un equilibrio con la información; no como un sueño utópico
para terminar con la violencia, pero si para demandar su regulación, su
apropiada difusión sin recurrir a imágenes desagradables que terminan por dañar
nuestra salud mental como individuos y nuestro entorno sociocultural.
Es necesario comprender nuestro
entorno, ser participes de lo que como sociedad generamos, las consecuencias de
una cultura visual violenta, establece un desprendimiento de nuestra dignidad
humana. El morbo nos orilla, los medios nos empujan, la caída puede ser
desastrosa en primer plano como individuos y en consecuencia como sociedad. No
podemos ver con normalidad algo que no tiene nada de normal.
Bibliografía
AGUILAR García, Juan Carlos, La Roja, Cuartoscuro, agosto 2009.
Disponible en internet:
<http://cuartoscuro.com.mx/2009/08/la-roja/>
CORCHADO, Alfredo, The
Epicenter of Violence,
Revista Literal. Latin American
Voices, núm. 24 febrero 2008.
GONZÁLEZ, Luis Miguel, México: nota roja, entre el estigma y negocio,
El Economista, 23
Abril, 2010.
Disponible en
internet:
<http://eleconomista.com.mx/caja-fuerte/2010/04/23/mexico-nota-roja-entre-estigma-negocio>
SÁNCHEZ Parga, José, De la crónica roja al
morbo mediático, 1997, Chasqui, núm. 60.
ROSAGEL, Shaila, Las imágenes de la
nota roja, Etcétera, octubre, 2007
Disponible en internet:
<http://www.cge.udg.mx/revistaudg/rug22/rug22dossier1.html>