jueves, 17 de enero de 2013

Morbo, la imagen violenta.

Gabriel Rivera
 
El hombre por naturaleza es curioso, esta incesante curiosidad lo ha llevado a crear y descubrir un sin fin de conocimientos en busca de bienestar y para la imperante necesidad de seguridad; para sí mismo y de quienes le rodean. La ausencia de seguridad trae consigo temor y reacciones que le permiten enfrentarla, casi siempre mediante el uso de la violencia, que responde a un instinto natural y primario de la conducta humana.

La violencia expuesta y los resultados de la misma, son un referente inequívoco de inseguridad colectiva y un mecanismo de difusión de poder. Como una consecuencia de esta exposición, se origina el morbo. El morbo es una atracción hacia lo desagradable, nos convierte en testigos del padecimiento ajeno, en meros espectadores de lo malsano. Nos extrae de la desgracia, al no ser nosotros la víctima.

La realidad de nuestro entorno está cada vez más expuesto, los medios de comunicación han encontrado en la inseguridad un gran show, y un enorme negocio; desprendiendo a la noticia de su calidad informativa para dar pie a un exacerbado morbo mediático. Aunado a índices elevados de inseguridad, la presencia de la imagen violenta, se ha convertido en parte de nuestra cultura visual.


Este género tiende a despertar la morbosidad del público, con su inmediatez y la creciente frecuencia, los nuevos recursos y técnicas informativas con los que se captan, exponen y difunden. Las consecuencias de esta cultura visual son muy graves para la sociedad, ya que tiende a volver insensibles a las personas frente a la violencia y cada vez se necesita más sangre y hechos atroces para lograr impresionar. La violencia crea adicción entre el público. Para José Sánchez Parga “Resulta indiscutible que el consumo de tanta violencia predispone a la violencia y termina reproduciéndola y generándola” (Sánchez, 1997, p.4). Quizás por ello hay menos crímenes, pero son más espectaculares.



Los medios de comunicación hacen uso de las nuevas tecnologías para propagar de forma más mediata la información violenta. Los propios usuarios retransmiten la información, creando cadenas de morbo. Surgen entonces los cuestionamientos éticos y morales, hasta donde seremos capaces de hacer de la dignidad humana un negocio rentable. ¿Nos desprendemos del principio básico de nuestro ser?, el hombre no es más el eje en búsqueda de la razón y la sabiduría, sino el actor secundario y espectador pasivo, en un escenario degradante y un negocio fructífero, propiciado por el propio monstruo que creo a través de la tecnología y los medios de comunicación. 





Sabemos que los medios en sí, no son malos, el cómo los empleamos ya es otra cosa. Pero si bien los medios se han dado a la labor de crear una cultura por el morbo de la imagen violenta, cierto es, que el propio destinatario las demanda; sirve de alimento emocional a una sociedad acostumbrada a la violencia y al mismo tiempo cubre una función que les permite a las personas cubrir sus propios miedos.



La dignidad humana se convierte en otro producto de nuestra sociedad de consumo susceptible de ser comprada o vendida. Al mismo tiempo, los medios de comunicación son también agentes productores y difusores de ideología y desinformación, gracias al tratamiento banal del sufrimiento crean imágenes desagradables, las extienden por doquier contribuyendo a justificar la violencia en su acepción más amplia. El lector menos crítico, al no poder verificar la información recibida, acepta plenamente la autenticidad y la objetividad de lo comunicado, interpretando el mensaje de forma errónea, considerando como única verdad la versión que le proporcionan los medios.



Según estadísticas recientes, el nivel de violencia es menor comparado con años anteriores, pero la forma en que se manifiesta es de mayor impacto, González lo describe en su artículo: México: nota roja, entre el estigma y negocio: “Los asesinos se han convertido en escenógrafos e instaladores. Sus fechorías son repugnantemente espectaculares” (González, 2010). Este show de violencia, demanda experiencias mayores de violencia, que orillan a los medios a la búsqueda y presentación de imágenes más crueles y desgarradoras, que mantengan cautivo a su público.




El morbo nos desprende, al no ser nosotros las víctimas, se experimenta una especie de catarsis, mientras el muerto no sea un familiar, un conocido o uno mismo, es como ver una película. El nivel cultural de la población, y la experiencia del día a día, donde lo que ellos observan es un alto grado de violencia en su entorno y en sus relaciones cotidianas, no les resulta nada extraño, es parte de lo que viven, lo que les muestran las imágenes violentas es su vida cotidiana. Lo que nos hace responsables de la inseguridad que experimentamos diariamente.



Como sociedad debemos involucrarnos en la creación de un ambiente propicio de la mano de los medios y las nuevas tecnologías,  encontrando un equilibrio con la información; no como un sueño utópico para terminar con la violencia, pero si para demandar su regulación, su apropiada difusión sin recurrir a imágenes desagradables que terminan por dañar nuestra salud mental como individuos y nuestro entorno sociocultural.

           


            Es necesario comprender nuestro entorno, ser participes de lo que como sociedad generamos, las consecuencias de una cultura visual violenta, establece un desprendimiento de nuestra dignidad humana. El morbo nos orilla, los medios nos empujan, la caída puede ser desastrosa en primer plano como individuos y en consecuencia como sociedad. No podemos ver con normalidad algo que no tiene nada de normal.





Bibliografía

AGUILAR García, Juan Carlos, La Roja, Cuartoscuro, agosto 2009.

Disponible en internet:

<http://cuartoscuro.com.mx/2009/08/la-roja/>



CORCHADO, Alfredo, The Epicenter of Violence,

Revista Literal. Latin American Voices, núm. 24 febrero 2008.



GONZÁLEZ, Luis Miguel, México: nota roja, entre el estigma y negocio,


El Economista, 23 Abril, 2010.

Disponible en internet:

<http://eleconomista.com.mx/caja-fuerte/2010/04/23/mexico-nota-roja-entre-estigma-negocio>



SÁNCHEZ Parga, José, De la crónica roja al morbo mediático, 1997, Chasqui, núm. 60.



ROSAGEL, Shaila, Las imágenes de la nota roja, Etcétera, octubre, 2007

Disponible en internet: <http://www.cge.udg.mx/revistaudg/rug22/rug22dossier1.html>

Identidad de la línea 12, Bicentenario.


Por Gabriel Rivera
 
En unos días, la nueva línea del metro será oficialmente inaugurada y con ella la identidad que fue creada para la misma. Con decepción podremos descubrir que la iconografía poco o nada tiene que ver con el diseño original planteado por Lance Wyman, quien por esas fecha también había trabajado en la identidad de la olimpiada del 68, en conjunto con Arturo Quiñonez y Francisco Gallardo, la cual se mantuvo por un buen número de años en líneas subsecuentes.
Evidentemente para la línea dorada, la historia es diferente. La iconografía se resolvió sin retícula, no se considero el peso visual en conjunto para las 16 nuevas estaciones contra las otras 4 ya existentes. Cuestionamos si en verdad el trabajo fue desarrollado por expertos en señalización. Los trazos son diferentes en todos los casos, algunos de los íconos no son ni referentes ni asociativos, se permitió el uso de líneas muy delgadas, seccionar elementos, perspectiva, acabados con bordes irregulares y detalles como ladrillos; muy lejos de la solución original con vistas sólidas, frontales o laterales, de los elementos distintivos para cada estación, con proporciones visuales entre una y otra, lo que permitía su reproducción en pequeña y gran escala sin perder claridad.
42 años después de su creación, la identidad del metro ha demeritado en mucho su comunicación visual; hasta hace unos meses, en el propio sitio hacían alarde del diseño de la identidad por parte de Wyman y su equipo. Quienes en ese entonces consideraron el nivel de analfabetismo de la población y determinaron la necesidad de asociar el nombre a un ícono para cada estación, que hiciera referencia al lugar, al personaje o elemento próximo, facilitando su interpretación.


Hoy en día, la Ciudad de México tiene cerca de 25 millones de habitantes y sólo un 2.1% de analfabetismo, lo que se traduce en que la mayoría, de los casi cinco millones de pasajeros diarios, puede leer texto. ¿Es necesario seguir preservando el ícono? ¿no sería más importante revisar el trazo de la tipografía y su función óptica en movimiento?, son cuestionamientos que un sistema de transporte debe realizarse, una mala señalización termina por confundir y reduce la correcta operación del flujo de pasajeros.  
Cierto es, que la identidad icónica del metro es una de sus características estéticas, que se suman a otras como el color naranja de los trenes, su función de referencia es bastante permeable en la población. Por lo mismo, nos preguntamos, hasta donde es permisible romper con la identidad creada con base en un diseño bien fundamentado por sus creadores, justificándose en una “innovación” cuatro décadas después.


La tarea no es fácil, por ello deben ser expertos en señalética los responsables. La nomenclatura de la ciudad se da en español y náhuatl, convergen hasta tres estaciones en una sola avenida, al parecer todos los héroes nacionales vestían igual, hay virgencitas en cada punto cardinal, los glifos prehispánicos guardan mucha similitud entre sí, y para colmo, los nombres asignados son larguísimos y poco afortunados. Sin duda lo más grave, es que se evidencia que las soluciones se dieron desde un escritorio, la institución responsable ignoró unos de los elementos medulares del diseño: al usuario.
Enlistar los errores y horrores que hoy visten al transporte de la Ciudad de México, sería una larga labor; creyentes que la solución ícono-nombre es la adecuada se ha llevado a otros medios de transporte como el trolebús y metrobús, dando origen a una de las peores soluciones de señalización. Descartando sistemas alfanuméricos, el empleo de tipografía para cartel y uso de materiales adecuados para su producción. Para el Metro el empleo de íconos es una solución, hoy en día, más estética que funcional.  Se debe crear una cultura de texto legible, crear sistemas visuales que favorezcan el entendimiento, nomenclaturas claras, experimentar como usuario, y que todo en su conjunto sean un sistema de comunicación efectivo en transporte urbano.


Esperemos que los gobiernos subsecuentes dediquen un poco más de presupuesto o atención a la señalética en los medios de transporte, dando esta labor a verdaderos profesionales del diseño. Como usuarios lo sabremos agradecer y como diseñadores nos sentiremos orgullosos.